Lo quiero para llevar. ¡Gracias!
Quiero volver a mi infancia. La niña que fui sigue latiendo en mi interior. A veces la veo jugando entre mis pestañas. Si estás atento, puedes verla dormida en mis pupilas. Ella parece que solo juega, pero sabe más de lo que cree. Observa mi humor, mis calenturas y me acoge con buenos consejos. No hay maldad ni destrucción en su mirada. Sus ojos negros dibujan destellos a quienes la miran. A veces se me olvida que está ahí. A veces olvido que ella aún vive. Por lo visto, dice que nunca podría abandonarme. ¿Tantos son nuestros pesares? ¿Cuántas veces perdemos el tiempo en observar nuestra propia vida y ver todo lo que nos desagrada? ¿Con qué nos vamos a quedar cuando nuestro espíritu abandone esta cruel tierra? Doblegar a nuestro caballo es difícil, y mucho más cuando está enjaulado. Relincha y golpea las barras que le impiden estirar sus alas. Las fronteras del prejuicio nos separan de la globalidad y de nuestro propio ser. ¿Dónde estamos? ¿Qué es lo que me inquieta y no me deja...