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Mostrando entradas de marzo, 2017

Me has seducido.

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Me has seducido, solo porque te delataste.  Podía ver lo que tenía delante, pero estabas por detrás de mí. Pensaba que no estabas buscándome. Me involucré en la espesura de lo que se esperaba. No dudé porque estaba bien acompañada, en cambio, tú no estabas ahí frente a mis ojos. No podía evitar preguntarme a dónde habías ido. Parecía una niña perdida que buscaba su libro preferido. Cómo puedo saber qué eres mi preferido, solo he podido contemplar el contorno de la portada. Aún no me he atrevido a insertarme entre las líneas de tus labios. No me atrevo a ocupar un espacio al que no he sido invitada por el momento. Mi reloj hace mucho que dejó de correr, en vez, de respirar. El tiempo solo se ríe de mí cuando libero el sonido de mi ser y es entonces cuando empiezo a pensar qué rápido pasa el tiempo.  Mis pies no están cansados de estar ahí esperándote frente a lo que me espera. No veo nada porque las nubes están rozado con sus dedos la dulce tierra. No hay un mar al que zambullirse.

Somos lo que nunca llegamos a ser.

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El vacío se refugia en mi garganta. El vacío tiene miedo de dejar de ser. Cree que podría ser otro y lo teme. Se mira al espejo y, solo de imaginarse lleno, tiembla. Nada posee ese cuerpo inerte porque cree estar completo en un mundo que lo parece. El reflejo del espejo lo muestra todo, pero no muestra la profundidad de la realidad y de los cuerpos que se creen vivos. Falacias son las dueñas de esa existencia humana, donde hacen creer que se es real. Solo son eso, convencimientos y certezas, pero no profundidades o verdades reales. El espejo no es nada más porque su función es la que es: aparentar. Aunque cuentan que existe un espejo teñido en polvos de colores e inscripciones de un idioma muy antiguo. El espejo colorea lo que es ausencia de creencia. El espejo profundiza y muestra pinceladas de lo que nos acompaña. Quienes se han atrevido hacerlo han advertido a los dueños que ni se atrevan, porque quizás lo que se les muestre escapa de su entendimiento y muestre lo irreconocible d

Ahora era alguien.

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La luz de las velas inundaba las calles. Parecía que no había hueco para la oscuridad, todos estaban de celebración. Nadie se  había quedado en su casa porque todos iban a la piazza. Una mujer subía con elegancia las escaleras de aquella gran torre. La mujer vestía con un color morado que resaltaba entre las sombras de la noche. La mujer sonreía mientras subía. La poca luz que traspasaba las paredes de aquella fortaleza permitían deslumbrar un pequeño camino hacia el ascenso. Su pelo brillaba ante la luz de la luna y una fina diadema plateada decoraba su cabello. Sus hombros estaban al descubierto porque no se preocupaba por su aspecto. La mujer solo quería ascender, pero todas aquellas escaleras le estaban destrozando sus pies. Se paró en las escaleras y se quitó los zapatos. No se preocupó dónde los dejaba, solo quería subir hasta arriba. Sus dedos se apoyaban en las ásperas paredes de la torre. Sus pies descansaban en cada paso que daba, pero aún sentía peso en su cuerpo. La di