Me has seducido.

Me has seducido, solo porque te delataste. 

Podía ver lo que tenía delante, pero estabas por detrás de mí. Pensaba que no estabas buscándome. Me involucré en la espesura de lo que se esperaba. No dudé porque estaba bien acompañada, en cambio, tú no estabas ahí frente a mis ojos. No podía evitar preguntarme a dónde habías ido. Parecía una niña perdida que buscaba su libro preferido. Cómo puedo saber qué eres mi preferido, solo he podido contemplar el contorno de la portada. Aún no me he atrevido a insertarme entre las líneas de tus labios. No me atrevo a ocupar un espacio al que no he sido invitada por el momento. Mi reloj hace mucho que dejó de correr, en vez, de respirar. El tiempo solo se ríe de mí cuando libero el sonido de mi ser y es entonces cuando empiezo a pensar qué rápido pasa el tiempo. 

Mis pies no están cansados de estar ahí esperándote frente a lo que me espera. No veo nada porque las nubes están rozado con sus dedos la dulce tierra. No hay un mar al que zambullirse. No hay un camino que tomar. No hay nadie a quien elegir. No lo hay porque aún no estás frente a mis ojos. Vuelvo a preguntarme a dónde vas. Mi suspiro se entiende con el tuyo, pero nuestros cuerpos parecen ir a otros lugares, todavía no a los nuestros. Dónde estaremos y cómo seremos. Nada inquieta mi tiempo, porque solo saboreo lo que hay ahora frente a mis ojos.

Posdata: La paz está en los estanques de la finita línea entre tu mirada y la mía.      



Comentarios

Entradas populares de este blog

Fruto de la herida

Todo...

Madrid me mata