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Mostrando entradas de diciembre, 2016

Sonoro silencio.

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Meditar con el corazón es recogerse en el sonoro silencio. ¿No lo escuchas? Es un débil sonido para los sordos de carácter. Vete hacia allí, quizá allí escuches. ¿No lo escuchas? Campanillas. Suenan campanillas que susurran a la brisa quien saluda al peregrino que camina. La brisa vino de paso, reconoció al que camina y continuó su rumbo. ¿No lo escuchas? La trompeta habla en la armonía de lo urbano. Quédate quieto y cierra los ojos. Recuerda la melodía. Ella reclama la libertad deseada por las hojas que escapan de las aceras. Maldito olvido que no reconoce lo que escucha. Ni los ojos más abiertos entenderían de quién se trata. Ella proclama palabras gloriosas y placenteras que no son de esta época. Retumban los tambores porque el humillado vuelve a casa. Si le recuerdas sabrás del lugar de su procedencia. ¿Quién es su dueño? ¿No lo escuchas? La delicadeza de sus dedos rozan las cuerdas del cielo. La melodía se extiende por todo el mundo. Piensas que tus pies están mojad

Difícil de creer.

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Lo añoro. Quiero que vuelva. ¿Es tan difícil? ¿Por qué no? ¿Qué tiene de malo? No lo entiendo. Solo puedo seguir preguntándote. Estás diferente, sin cara ni ojos. Parece que no eres de este mundo. ¿Estás enfermo? A dónde quieres ir sin mí. De aquí no me muevo. No puedes obligarme. Todo es distinto, no soy lo que era. Soy lo que ves, no hay nada nuevo. Mi rostro, qué le pasa. No es la cara que recuerdas. No lo es, ya te lo he dicho. No he hecho nada, solo he crecido.

Sensible. Espumoso. Intenso.

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La copa estaba vacía. La comida a nada me sabía. Mis ojos no brillaban y mi piel estaba ceniza. Mis dedos crujían con cada movimiento. Mi mente no pensaba. El vacío lo llenaba todo. ¿Dónde estaba aquella voz? ¿Dónde estaban aquellas palabras que me refutaban, me consolaban, me insultaban?  Las raíces se anclaban en mi ser. Un pájaro pasó y mis ojos no lo vieron. Me atrapaban y me engullían en la densa tierra. Mi voz carecía de sonido. Mi timbre ya no cantaba melodías. No quedaba nada. ¿Nada? No había nada como aquello. Aquello era un resplandor, una chispa. Un aliento. Un resurgimiento de mis cenizas. Delante de mí un destello se expandía. Flores blancas y esmeraldas se posaban en mis ojos. Ahí, justo ahí. Unas perlas me miraban. Me devolvieron todo lo que había sido. Mi pecho se elevaba al son de la flauta. Aquella melodía hacía que todo mi ser quisiera dejarse llevar por los caprichos del viento. Mis uñas se coloreaban de un rosa marfil. Mis cuerdas empezaron a vibrar recupe