Ese momento de desesperación. Ese momento de pura intuición.
Ese momento de explosión psicológica. En ese momento de martirio mortal. Ese
momento de discusión. Ese momento de preocupación. Ese momento de contar. Ese
momento de temblar. En ese momento de desmayar. En ese momento de pura
necesidad. En ese momento de irresponsabilidad total. En ese momento de mal
carácter. En ese momento de luchar contra el mundo, pero no te confundas, no
luches contra los que te quieres. En ese momento de que desconfías de todo y no
te dejas ayudar. En ese momento de nerviosismo. En ese momento de egoísmo. En
ese momento en el que te muerdes la lengua. En ese momento que tragas tus
palabras. En ese momento… comienzas a mover la boca, a decir lo que te pasa, a
contar lo que te impide respirar… Pero lo mejor de todo es que no estás sola.
Puede que el lugar donde te encuentres esté completamente vacío, esté
desértico, esté terrorífico… Las luces apagadas y solo hay una pequeña lámpara
al final de la sala. Piensas hablemos a las paredes. Pero antes de acabar la
frase ves que en realidad hay alguien escuchando, hay alguien que quiere
escucharte, hay alguien que quiere ayudarte, hay alguien que te aconseja, hay
alguien que se preocupa, hay alguien que lo da todo por verte tranquila. Pero
te preguntarás y cómo sabes eso…¿? Mira a esa persona a los ojos y comprobarás
que lo que dice no es mentira.
Fruto de la herida
Posos de palabras afinadas en una taza vacía. Una caricia lacrimosa cuando se separan las columnas sólidas del costado. Costilla magullada ante la visión deshecha de los huesos entrelazados en la llanura plumosa. Raídas las alas como hojas otoñales. Respiras aliviada ante la fisura abierta de tus labios, del centro líquido que escondes a los otros ojos, pero que hoy me entregas sin vergüenza y con el fruto de la herida corriendo calle abajo.
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