Dentro de ti.

Como puede ser que te de tanto miedo saber lo que hay ahí afuera. Lo que te da miedo es ver lo que tienes dentro. 

Alguien de apariencia impecable, amable, humilde y sonriente. Así era y gustaba a todo aquel que fijara sus ojos en él. No se le podía reprochar nada. Nunca se le podía decir que no. Nunca podías defender algo porque él te ganaría. No solía perder. Aunque digan que uno se acostumbra a ganar, no es verdad. Una vez que ganas, quieres más, más y más como si de droga se tratase. Sus ojos eran brillantes e inquietos. Nunca fijaba la mirada demasiado porque temía que le leyeran el pensamiento. Sabía que era una presa fácil para quien se molestara en ver más abajo de su fachada. Debajo de todo aquello, surgía un carácter algo prepotente, odioso, mandón y soberbio. Todo lo bueno que tenía pesaba igual que todo lo malo. Era un ser humano que quería perfeccionarse, tanto que ocultaba hasta sus sentimientos. Cuando algo le salía mal se exigía demasiado y no ocultaba su desagrado, suerte que tenía dulzura para tratar con la gente, aunque quienes le conocían bien sufrían sus frustraciones. Era alguien que destacaba por ser bueno. Él quería lo mejor para cualquiera a quien quisiera, pero el problema surgió cuando un desconocido quiso acercarse a Él. Aquel desconocido era un mendigo que pedía ayuda. Él pasaba por una de las calles más transitadas para ir a su trabajo. Aquel mendigo estaba de pie en una esquina. No hablaba ni decía nada, solamente sostenía su gorro entre sus manos y se mantenía ahí quieto. Sin querer él le golpeó y tiró su gorro al suelo. El mendigo le miró y fue a recogerlo, pero él se adelantó antes. 

-Lo siento, no quería...-mientras decía eso, el mendigo asintió y sus labios se curvaron durante un momento. Él comprendió que estaba perdonado. Iba a sacar su cartera cuando el mendigo le cogió la mano y le negó con la cabeza. Asintió y volvió a su esquina. Él se quedó con los ojos abiertos y quieto en el sitio. Aunque la masa que pasaba por la calle tentaba con llevárselo, él se mantuvo ahí quieto. De repente algo le trastocó el corazón y continuó su camino hacia la oficina. Él trabajaba en un banco con un alto cargo. Su despacho estaba en la décima planta en la sala 332 de un gran edificio situado en frente de Plaza de España. Mientras subía empezó a recordar todo lo que le esperaba en el día. Aunque su mente no pudo concentrarse, porque desde su gran ventana podía ver casi todo Madrid y a aquel mendigo con el que había hablado sin palabras. 

Posdata: Tanto amor en este mundo consumido por el amor propio. 


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