Mal día.

Hoy va a ser un gran día. 
Si el día se tuerce le retuerces una sonrisa.
Y si se vuelve a torcer, le retuerces una risa. 
Y si se vuelve a torcer, Le ves como te mira y te sonríe. 
Y si se vuelve a torcer, Le recuerdas con los brazos abiertos. 
Y si se vuelve a torcer, piensas que Él te quiere y que solo eso basta. 

Una vez leí que el sufrimiento cristaliza el amor. ¿Qué es eso? ¿Cómo lo llamáis aquí? ¡Ah. sí, ''sufrir''! ¿Es una comida, un malestar, un dolor de cabeza? Jamás lo he llamado así porque de donde yo vengo todo es perfecto. Todos los habitantes de mi hogar sonríen y son siempre amables. Nos llaman la Ciudad Amable o, a veces, la Ciudad Feliz. Desde que nací todo era así. Yo lloraba de pequeño, por lo que me han contado mis padres. Nunca fui egoísta o llorica, siempre me recuerdo con una sonrisa en la cara. Es tan agradable ver aquella ciudad. Nunca ha habido un mal gesto o un lloro. Mis ojos siempre me dejaban ver la realidad o, por lo menos, una realidad aparente.


A mi mayoría de edad, que en mi hogar es a partir de los 28 años porque es entonces cuando hemos terminado nuestros estudios sobre comportamientos en sociedad. Comuniqué a mis padres que dejaría mi hogar para ir a estudiar fuera. Ellos asintieron y no se negaron a nada. Me apoyaron mucho con mi decisión y abracé a mis dos padres, claro que entre ellos noté repulsión por un instante. No le dí importancia porque estaban ''sonriendo''. Cuando les comenté mi plan de vida que duró toda la cena, no pararon de preguntarme y de aconsejarme. Estaba tan agradecido y tan feliz. Una semana después de anunciar mi gran noticia, estaba de vuelta en casa para cenar cuando encontré la cocina impecable como siempre y un pañuelo encima de la mesa. No escuché ningún ruido mientras miraba el pañuelo porque me extrañaba verlo ahí. Entonces, escuché un sollozo. Me extrañó aquel sonido porque nunca lo había oído. Dije: ¡Mamá! ¿Dónde estás? ¿Eres tú? Mi madre estaba debajo de la casa, en el desván. Estaba oscuro y no entendía por qué no había luz ahí. Mi madre dijo, desde el desván, que en seguida subía que le esperara en la cocina. Obedecí y a los pocos minutos subió ella con la cara roja y los ojos muy rojos. 

-¿Qué pasa, Mamá? ¿Qué te ocurre?-pregunté-.
-Me duele -dijo ella-.
-¿Qué te duele? ¿Te encuentras mal?
-No. No es eso-dijo mi madre entre sollozos-. Me duele tu marcha y me duele lo que vas a encontrar ahí a fuera. 

Entonces, yo no entendía qué le pasaba y que le dolía tanto para estar tan angustiada. No alcanzaba a comprender su reacción porque parecía feliz. Entonces, en mi mente se agolparon millones de preguntas, incluso me pregunté si había cura para aquello que le dolía. No me dio más explicaciones porque en poco rato aparecería mi padre. Mi madre me rogó que no contara a nadie aquello. Obedecí, pero mi pecho estaba angustiado. Sentía cierto peso sobre mi espalda, cosa que era imposible porque no mantenía mucho peso en mi espalda. A veces me sentía intranquilo porque no sabía a qué tendría que enfrentarme. El miedo poco a poco iba destruyendo mi visión de mis pequeños planes y el pánico iba haciéndose un hueco en mí. Pero decidí ser coherente con mis planes y un día dejé mi hogar, besé a mi madre en la mejilla y un abrazo le di a mi padre. No miré atrás porque si lo hacía, el nudo que sentía en mi garganta iba a deshacerse y yo me ahogaría. Me separé de mi hogar y llegué a esta ciudad no muy diferente a la mía en apariencia. Todos los edificios son altos con muchos carteles de publicidad que intentan hacer sonreír a sus habitantes. La diferencia de esta ciudad con la mía es que en esta las personas no sonríen obligadas, demuestran lo que sienten. No son perfectos, pero son incoherentes. a veces, con lo que sienten. Aunque no finjan directamente, en mi cabeza se formula una pregunta. ¿Son felices? ¿Son felices haciendo lo que les da la gana y no fingiendo en su sonrisa? ¿Dejan de fingir en algún momento que les encantan sus decisiones a pesar de las consecuencias? ¿Dejan de fingir que se alegran por los demás? Esta ciudad es peor que la mía. Esta ciudad es hipócrita. Conocen la libertad y no la respetan. La corrompen sobrepasando la libertad de los demás. ¿Saben realmente qué es la libertad? ¿Saben qué hacer con ella? No tienen ni idea de qué hacer. La malgastan y la desconocen. ¿Realmente son más libres que los habitantes de mi hogar?


Lo que tienen en común ambas ciudades es que buscan la felicidad por donde creen que pueden. La apariencia hacia fuera era lo que mataba a mi madre, pero dejaba sentir sus emociones dentro de sí. En cambio, en esta ciudad la libertad se desvalora, se destruye y se vive interpretando un papel. Entonces dónde queda el amor. ¿Qué es eso del amor? Por favor, que alguien me lo explique... El sufrimiento cristaliza el amor. El dolor hace que las cosas nos importen. El dolor hace constancia real y evidente del valor de lo que nos rodea. El dolor duele, pero no mata. El dolor proporciona ahogo, melancolía y tristeza. ¿Acaso eso es eso lo que evitamos? ¿Por qué? ¿Tememos dejar que nos conquisten, que nos importen las personas? Según lo que he visto en esas dos ciudades, sí. Pero yo nunca he dejado de sonreír. He podido sufrir, pero no lo oculto. En mi cara puedes leerlo todo. ¿No me crees? Ante todo no soy ni pura fachada, ni falsedad. Ante todo soy autenticidad. Aunque, claro, si nunca has visto eso no creo que puedas reconocerlo cuando lo tengas delante.

El dolor no puede guiar mi vida. No me desvaloro o me quedo desamparado en mi dolor. Me enfrento a él y le hago frente. El dolor me enseña a la fuerza. El amor enseña a ceder y a demostrar que lo que te rodea te importa. Quien ha probado el amor, lo entenderá. Quien no, solo puedo decirle que cambie de camino porque en la ciudad donde estoy ahora aquí todos son felices a pesar del dolor nadie quiere irse. Todos quieren quedarse allí y no volver a sus hogares.

Posdata: ''Un cielo en un infierno cabe. Dar la vida y el alma por un desengaño. Esto es amor quien lo probó lo sabe'' (Lope de Vega).



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