Tierra estéril.

Erase una vez, una tierra estéril donde las hojas secas se alejaban de aquel lugar. El campo era extenso con tonalidades amarillas y un fino dorado que mostraba una imagen de riqueza falsa. No reinaba ninguna vegetación y la lluvia no saciaba a la tierra. Esa tierra era bella por fuera, pero no crecían frutos de las semillas que en ella se ocultaban. Era un paisaje triste aunque era brillante y bonita. ¿Qué agricultor iba a mimar aquella tierra? 

Cerca de aquella tierra se aproximaba un viajero. El viajero vestía una ropa cómoda y muy humildes con unos zapatos muy desgastados. El viajero iba tarareando y seguía el camino que pisaban sus pies. Por casualidad, el camino que seguía se acababa en la tierra estéril. Él miró con dulzura aquel lugar y respiro hondo. Se sobresaltó porque no olía a nada aquel lugar. Parecía que el sol hubiera quemado ese campo y nada, ni nadie pisaba aquella tierra. El viajero se arrodilló y tocó el suelo. La tierra estaba empapada de capas de paja. El viajero sintió la presión que sufría aquella tierra. Sentía como el campo no podía respirar, parecía moribunda. Entonces, el viajero se quitó su pesada bolsa y empezó a arreglar aquella tierra. Le llevo mucho tiempo limpiar y apartar aquellas pesadas capas de pajas. La tierra abandonaba su atuendo usual para empezar a vestir con tonos marrones y arenosos. Aquella tierra parecía otro nuevo lugar. La tierra respiró aliviada y deseó que la enriquecieran con semillas. Aquel viajero, no portaba semillas solo pasaba por allí. Se arrodilló y rozó con sus dedos aquella tierra. Le trasmitió sus mejores deseos y desapareció por el horizonte. La tierra estéril volvía a respirar intranquila, aunque con un poco más de alivio. Pasó mucho tiempo hasta que una nueva compañía llegó a aquella tierra arenosa. 

El cielo estaba nublado y el viento traía consigo un perfume de humedad que daba a entender que la lluvia visitaría pronto la tierra. Cerca del camino, apareció un niño con su bicicleta. Iba entretenido en sus pensamientos, pero decidió que quería descansar un rato hasta retomar su camino. Dejó la bici cerca del camino y el niño de piel clara se sentó en el comienzo de la tierra estéril. El niño sacó de su mochilita una manzana de color verde. El niño miró con asombro aquella tierra que se extendía mucho más lejos que el horizonte. El niño pensaba que aquella tierra no podía estar abandonada. Estaba claro que allí la tierra deseaba recibir semillas para dar frutos. El niño comía su manzana y a la vez escupió la semilla en su mano. Este miró a la tierra estéril e hizo un pequeño agujero donde escondió la semilla. El niño se sintió orgulloso y contento. Un sonido retumbó en el cielo. El niño terminó rápidamente de comer y cogió su bicicleta y volvió a su casa. Una gran lluvia mojó la tierra durante unos días. Un tiempo más tarde, la tierra dejaba crecer una pequeña plantita. Esta surgía decidida hacia el cielo. La planta no tenía ni idea de qué peligros aguardaban allí afuera.  El niño apareció de nuevo en aquella tierra y fue a descansar cerca del camino como otro día había hecho. Este volvió a sacar de su mochila una manzana y volvió a esconder una semilla en su interior. El niño sonrió al ver que una nueva planta asomaba en aquella tierra. Nadie había aprovechado aquel trozo de tierra y el niño era feliz por haberla descubierto. Quería enriquecer a esa tierra estéril. Aquel niño de ojos claros repitió aquel ritual durante muchos años hasta su vejez. El niño había visto crecer aquellos manzanos que decoraban aquella tierra, pero él ya no era un niño. El tiempo había germinado en aquel niño y ahora era un sonriente anciano. Él no estaba solo compartía una conversación con un niño que montaba en su pequeña bici. El sonriente anciano le enseñó a plantar y a mimar aquella tierra. El anciano le aconsejó que nunca abandonara aquel lugar porque sino nada volvería a crecer en él. El niño asintió y se despidió de aquella tierra. Ambos volvieron a casa y esa tierra nunca más volvió a llamarse estéril. Aquella tierra volvió a dar fruto, mientras alguien cuidara de ella y nunca la abandonara.

Posdata: Ser generoso con el mundo es mimar la tierra, aunque creamos que el mundo es estéril.        


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