Heroína.

No puedo dejar de ver cómo intentas atrapar mariposas al vuelo. No veo nada. Tus manos se estiran y tus labios crean aspavientos al no conseguir tu objetivo. Tu largo cabello dibuja pequeñas ondas en la soledad de tu entendimiento. Solo puedo preguntarme qué es lo que quieres atrapar e introducir dentro de ti. Cómo puedo ver lo que tú ves y dejar de ser una cruel escéptica.

Me susurran los recuerdos de una época floral y pagana, donde no te importaba abrir tus piernas y mostrar la censura que te imponía el qué dirán. Tus ojos eran inmaculados y tú sonrisa imperfecta decoraba luz a su tesoro más preciado. Me mirabas y me aconsejabas con la inteligencia de cien años y la sencillez de una mujer enamorada. Tu pelo entonces era corto y despeinado. Demostrabas tu inconformismo sin delicadeza ni mentiras. Eras de corazón blando y temperamental según el día en que tu pie se posara en la mar que tú tanto amabas.

Sabe bien mi soledad que la inmensidad y lo imposible se cruzan en mi frontera, sin poder manifestar lo deseado. La dualidad de la señora se muestra con claridad abrumadora en mi pequeño espejo. La añoranza de lo remoto se quedó anclado en lo que cambió y empeoró con el pasear del tiempo. Maldigo lo complejo y lo desordenado de la habitación en la que vivo, a la vez, que doy buenas declaraciones de quién fue aquella que perseguía sueños en el vacío y que murió allí lejos.

Posdata: Me cuesta encontrar las razones por las cuales el amor no duele.


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