¿Quién es quién?

Envuelta en la brisa primaveral, tocaba las partes prohibidas de ese ser que jamás creía poseer en mis manos. Tocaba sus brazos y sus manos por puro placer. No quería apartar mi esencia. La forma que tenía era casi humana, pero sus ojos eran diferentes. Los ojos clavados en la roca parecían que no se movían, pero no apartaba sus ojos de mis movimientos. Pensé que era una loca que creía ver un fantasma poseyendo aquellos ojos.

Sus pasos me delataban que era segura e independiente. Sus manos lo rozaban todo porque no quería perder ningún detalle. Se atrevió a tocarme. Dilaté la mirada que aún conservaba embrujado por su esencia. No podía disimular, deseaba que sus manos volvieran a indagar en mis grietas. La ansiedad se apoderó de mí y se desataron en mí capacidades que creía destruidas.

Me quedé quieta y una huella de pánico se asomó en mi rostro. Aquel ser petrificado notó mi alerta y decoró su mirada con una apariencia apacible. Mis manos se acercaron a las suyas. Mis ojos no se atrevían a mirar fijamente esos ojos vivos. No quería destapar mi complejidad, mi debilidad. No podía creer que frente a mí se alzaba un ser inanimado, tan viva era su mirada que tuve miedo.

Levanté lo que quedaba de mí y se lo enseñé sin miedos, sin motivos, sin explicaciones. Solo quería que mirara por aquellos tristes ventanales y que confiara en mí. Solo había permanecido y, por fin, estaba de nuevo en casa junto a los vivos. Esperaba su correspondiente mirada, pero no paraba de rozarme. Sentía la calidez de sus manos y la frialdad de su confianza. Entonces, pude ver que aquel ser aún no me conocía. Aquella esencia nunca abandonaría mi casa. Pensé en que nada ocurriría en la infinidad del tiempo, pero, otra vez, intenté ser el tiempo y me equivoqué.

Posdata: Querida Flor y Piedra. 


Comentarios

Entradas populares de este blog

Fruto de la herida

Todo...

Madrid me mata