Su mirada.

Cuando te miro veo unos ojos oscuros y grandes. Una sombra perturba esa mirada y me desconcierta. Veo algunas de tus miradas y son aparentemente cercanas, pero no como eran antes. Tu mirada se mostraba consciente de tu debilidad y obsesiva por retener en ti lo que tanto anhelabas. Ahora temes ser portador de un don demasiado grande y tienes dudas. Tu figura se muestra tranquila, pero son tus palabras las que delatan tu tormento interno. Luchas e intentas mantener la compostura, pero a veces pierdes en aquellas peleas. Pierdes tanto que estás perdiéndote y dejando escapar lo hermoso que hay en tu día a día. Me da la sensación de que has olvidado el sentido de tu caminar. Mis ojos te miran y mi aliento te suscita ligereza en tu pesar. Miro más allá y podría ser un principio estupendo, pero eres tan rígido que pierdes rápidamente el ritmo. Soy lo que te falta y no eres capaz de dejarme entrar. Estoy llena de esperanzas y de sólidos pilares que no caen con facilidad. Mi mirada no teme enfrentarse a lo que vendrá porque qué importa padecer si se padece por Amor. 

El caminar de esta vida es tan singular que no hay  forma de nacer sabiendo lo que toda una vida regala con su nacimiento. Mi mirada huye de aquello que le hace débil, aunque me he atrevido a acercarme lo suficiente. ¡Que fragilidad la de mi mirada! Sentí una grata sorpresa al reconocerme al borde del vacío, hacia un vacío placentero, pero traicionero. Mi recompensa fue reconocer la infinidad de mis fuerzas. No dudé en retomar mi caminar porque recordé lo que llevaba tatuado en la mano: tu nombre. Solo eso fue suficiente para recordar. ¿No te ocurre a ti lo mismo? ¿No recuerdas el sabor de aquella tarta de fresa? ¿No te acuerdas de aquella explosión de estupendas maravillas en tu interior? ¿No tienes miedo de olvidarte de todo aquello? 

¿Dónde están esos grandes ojos tuyos? Quedo en volver al mismo sitio y no apareces. Hace tanto tiempo que no apareces... Mi pasear deja huellas tras mi sombra y la claridad se asoma en cada curva de mi espíritu. Bello espíritu deseo conocer y poder decir: no me avergüenzo, he sido la afortunada de apreciarlo. No quedan amargas cicatrices del pasatiempo, más bien, recuerdos absurdos y rellenos de modesta felicidad. Jamás podré olvidar esa mirada que no fue la tuya. Esa mirada traspasó lo que rodeaba mi castillo y desde entonces sigue ahí. Ahí fue el momento en que dejé de ser invisible y estrecha. Ese fue el principio de una correspondencia maravillosa en que me comprometí a vivir sin condiciones. Otros no tienen la misma suerte cuando les pregunto: ¿recuerdas cuándo tú te enamoraste? Asienten aceleradamente y les respondo: ¿recuerdas si se enamoraron de ti?

Posdata: El reconocimiento de la debilidad es el fruto de la virtud ante la dificultad. 




Comentarios

Entradas populares de este blog

Fruto de la herida

Todo...

Madrid me mata