H É R O E S.

Es cierto que hay días mejores que otros, pero hay días en los que hubieras deseado no despertarte. Simplemente, no haber abierto los ojos para acordarte de toda tu vida, de todo lo que te queda y de todo lo que aún no has hecho. Piensas en por qué te levantas y recuerdas el sonido de la alarma. Madrugas para trabajar, para hacer algo útil, para pagar facturas, para dar de comer a los tuyos, para ganar dinero, para ser responsable... Haces cosas de adultos y no te habías dado cuenta. Eso si que es tener un buen despertar.

El día empieza, ocurre todo lo malo que nunca piensas que te podría pasar a ti, va la vida y te sorprende. Tú decides tomártelo con humor, pero sientes una frustración que te hace parar tu cerebro durante dos segundos para procesar la información. Eso es lo único que te puedes permitir porque el mundo no espera, no tiene en cuenta cómo te sientes. Vuelves a ser consciente del mundo, pones una sonrisa falsa en tu boca para no darle más importancia y continúas.  Con razón en algún momento estallamos o caemos en la cuenta de que algo va mal, de que no somos nosotros. Parece que con cada minuto, dejamos de ser los mismos. Reivindico esos momentos en los que necesitamos respirar más de lo normal y nuestra cara muestra desagrado, tristeza y mucha frustración. Somos perfectos fisiologicamente hablando, pero somos aún más frágiles de lo que pensamos. Se ponen encima de nuestros hombros todos los problemas que manejan nuestros padres día a día y ahora nos toca a nosotros manejar los nuestros propios. Te empiezas a preguntar dónde están esos días de despreocupación y de inocencia, dónde está la infancia o cuándo dejamos de ser niños a ser adultos novatos.

Esos son los demonios, preocupaciones, problemas, frustraciones del día a día. Nos gusta evadirnos de estos problemas pasando el tiempo entre amor y amistad. Aunque ambos componentes también dan problemas, incluso algo peores, sobre todo cuando no sabes qué es lo que quieres. El problema es crecer. La solución es ir a vivir a Nunca Jamás.

Y a pesar de todo, estamos al pie del cañón, aguantando todo lo que no nos gusta encima de nuestros hombros y siendo héroes de nuestras propias vidas.

Posdata: Ser fuerte no es quien más aguanta, sino aquel que baila con sus demonios.

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