La calidez entre mis dedos.

Me he quedado embobada mirando tus ojos y cómo me mirabas. Tus palabras no acababan en tus labios y temías no explicarte. Me devolvías la mirada y solo tu sonrisa me retó a intentar entenderte. Entonces, tus manos destaparon tu cuerpo, quedando al aire todos los poros de tu piel. Una brecha decoraba la mitad de tu torso y me insinuante que si no creía, que me atreviera a navegar en aquel lugar interior que habías ido creando con el paso de los años. No lo dudé y te abrí en canal.

Frente a mí surgió una oleada de colores donde no había formas. Mi vista se confundía y no sabía hacia dónde mirar. Una hermosa flor azul surgió de la confusión y en su interior moraba un olor que me hechizaba. Mi boca imaginó comer aquella delicia de olor. Mis ojos se cerraron para deleitarse en aquel deseo. Aquella flor dejó de ser grande a ser una pequeña florecilla en el camino. La inmensidad me dejó plantada al lado de la florecilla porque me encontré frente a un cielo rosado donde la luna no sonreía a las pequeñas vecinas, sino que vivía conjuntamente con un sol imponente que le permitía convivir en aquellas condiciones. La luz cegadora se escondió en mi pupila dejándome a la vera de la oscuridad. 

Nada, solo me rozaba una calidez entre mis dedos y mi aliento se volvía polvo. Entonces, sentí como me invadía una sensación de electricidad que corría por mis venas y no descansaba. Mis dedos se volvían impotentes. Mi alma se expandía hacia otra parte acabando entre tus dedos, en tus manos, en tu cuerpo. Mi alma dejó de dormir en la mía para ocupar el lugar que ansiaba. Mi cuerpo no dejó de sentir tus dudas y tus miedos, tu felicidad y tu esperanza. Mi boca dibujaba curvas mientras que mis ojos negros lloraban sin límites. Parecía que todo tu mundo era pequeño, pero me equivoqué.  

Posdata: A corazón abierto.





Comentarios

Entradas populares de este blog

Fruto de la herida

Todo...

Madrid me mata