Al desnudo.


Frente al papel en blanco no sé qué hacer con Ella.

Arranca lo que hay en la mesa y dibuja surcos sin sentido. No pienses en qué dirá, solo sigue la flecha y Ella te dirá cuando parar. Al principio es en la mesa, luego, en la calle y sin darte cuenta hasta en la cama.

El lugar no importa. Ella te tira de la chaqueta y te hace ser niño, madre, viejo, enfermo, genio, mentiroso, enamorado. Te arranca lo que llevas y te deja al desnudo. Te deshaces entre sus contornos, te ahogas entre sus párrafos, te acostumbras a lo cómodo y te abandonas al final del punto. Te acurrucas en la cama. La manta es suya y a ti te queda el Tártaro.

Pierdes las cuentas de arena. Las cenizas quedan en la arena y lo que fue vida son olvidos y promesas no cumplidas. Fueron dueños de su letra, pero no recuerdan ser propietarios de las ideas. Ella cae sobre tus hombros y te recuerda a la musa, a la lira, a la naturaleza, a la cuenca de tus ojos y a las chimeneas grises de Alemania.   

Ella vive por las aceras de la Albufera. Otras veces pide comida en los andenes y, muy pocas veces, vigila tu ventana creyendo estar oculta a los ojos de la luna. Siempre cae rendida al perfume de la primera llama, de la primera chispa que le concedió la vida.

Tú la bebes y sientes su presencia fuera del tiempo. Ella se oculta de tu vista y el violín toca en la madrugada. Casi la atrapas, casi la cazas al vuelo y… De repente, pronuncias su nombre, se apoya en tu boca y te hechiza. Ella sabe a ese primer café amargo, a ese aroma que reconoces cuando entras en casa, a palomitas, a ropa limpia, a tierra mojada.

Entonces, Ella queda atrapada entre el tiempo y el papel en blanco.





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