Extranjeros.

‘‘En conversaciones con amigos más jóvenes (…) me doy cuenta, por sus preguntas estupefactas, 
de hasta qué punto lo que para mí  sigue siendo una realidad evidente, 
para ellos se ha convertido en histórico o inimaginable.’’
Stefan Zweig, El mundo de ayer.


Entre la muchedumbre escuchaba un quejido lastimero. El sonido era irritante, se repetía por todo el vagón. Todos miraban hacia el fondo, pero ninguna cara se correspondía con el desgarro de aquella voz. Esa voz se arrastraba por las paredes del tren como si le estuvieran matando lentamente, como si la masa le estuviera presionando fuertemente la garganta. Entonces, la voz empezó avanzar hacia mí.

Entre la oleada de personas, pude vislumbrar un hombre, un hombre pequeño, un hombre que lloraba. Su boca dibujaba una mueca y sus dientes no se mostraban. La saliva caía de su boca y su cuerpo se arrastraba entre la masa. Se agarraba como podía para no acabar en el suelo, un suelo que le era tan conocido como sufrido. Sobre sus hombros había un abrigo viejo, probablemente de la basura, pero para ese hombre que lloraba era la única prenda que tenía. Era lo único que le pertenecía. Aquel hombre balbuceaba palabras sueltas. ''Estamos enfermos... Vivimos en la calle... Ayuda, ayuda, ayuda, ayhuhjmm...''. Intentaba pronunciar palabras que le identificaran, pero esas palabra se silenciaban en su garganta, pues no era su lenguaje, no era su propio idioma. Las lágrimas limpiaban su morena cara y, a la vez, se deshacían entre sus labios.

Me quedé inmóvil al escuchar sus palabras que iban acompañadas por un lastimero quejido, por un dolor humano, por un dolor desesperante. Pensé que mirarle demasiado era... Era un error, un tabú. Creía que era de mala educación, pero, entonces, comencé a fijarme en que nadie más que yo le miraba. Yo le miraba y me compadecía de él. Si aquellos gemidos hubieran sido los de un perro, nadie se habría mostrado indiferente. A veces parece que un perro despierta más compasión que una persona. Es cierto, muchas veces me pasa. Me fío más de un perro, porque, como dicen siempre, les das la mano y te cogen el brazo. De repente, dejé de mirarle y observé como una mujer con chador le daba algo de dinero. Ella también se había apiadado del hombre que lloraba. Después, salió del vagón y se perdió entre la gente.

''Próxima parada: Lucero''.

Salí del vagón y eché a correr. Era muy tarde. Seguro que me estarían esperando. ¿En dónde? Ni idea. últimamente, Henry y yo no nos entendíamos. Parecía todo un inconveniente. A veces pienso que no siento lo mismo, que ya no hay nada. Quizás, ya lo haya olvidado. Quizás, nunca tuvimos amor a pesar de estar constantemente haciéndolo. Cogí el primer taxi que vi y le indiqué la dirección. A los pocos minutos, estaba allí con Henry y todos los demás. Eran del trabajo. Yo tenía que sonreír o eso me aconsejaba Henry. Le miré con dureza. De repente, el restaurante comenzó a quedarse en silencio. Un camarero encendió la única televisión que había.

''Noticia de última hora. Tras los últimos acontecimientos, el Imperio oriental ha tomado la frontera de Turquía. El presidente del Imperio ha dado un mensaje para Europa diciendo que la conquista está hecha, solo tienen que pedir más aliados para poner en marcha su proyecto de erradicación. La institución europea no ha realizado ninguna declaración por el momento. Nuestro Presidente ha declarado el nivel 5 de alerta antiterrorista. En las últimas horas, el país se ha armado contra cualquier núcleo sospechoso. Todo está bajo control, dice el Presidente. No hay nada de qué preocuparse...''.

Jamás volví a acordarme de aquel hombre que lloraba, ni de aquella mujer con chador. Nunca más volví a dormir en una cama. Los ataques eran continuos y mi rostro era una mera sombra de lo que había sido. Tuve que olvidarme de quién era, pues ya no vivía con Henry, ni sabía dónde estaban mis padres, no a dónde iba. Solo estaba frente a una vaya, estaba llamando al país vecino. Nadie me abría las puertas, nadie me reconocía. Solo era una extranjera.






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