Sin aire

Lo piensas a a todas horas. El papel tiembla y temes que este se deshaga como una lágrima que cae y desaparece. La lágrima se desliza por tu cara, sin dejar nada a su paso, todo se vuelve nítido y, por un momento, todo parece ser más claro. En ti, se clava la memoria y brillan las gotas de agua como heridas pasadas que el tiempo lleva consigo a arrastras.

No te reconoces frente a la imagen cómica que sonríe, que se cae al suelo... De la risa. Ni tu rostro se recuerda entre los reflejos. Quizás, este no sea tu espejo y puede ser que sea el de otro. ¿Quién es el otro? Quizás, no seas dueña de ti y de tu imagen, siendo tu sombra el auténtico titiritero de esta historia.

¿Tienes miedo? ¿Miedo?- preguntó la sombra-.

Tienes miedo de la oscuridad que vive en el pasillo. Temes que la sombra se despierte de su siesta y vaya detrás de ti a devorarte, a descuartizarte como un animalillo enjaulado a su destino.

¿A dónde vas?- dice la sombra- ¿A dónde vas tú, bonita?

Tienes frío y te abandonas a la evidencia de que el humo te calienta el cuerpo. Crees en la ceniza como liberación, cuando solo es una cadena que te atrapa a la puerta, a la puerta de tu casa. Es entonces, cuando sientes esa risa, esa risa tonta que tenía la otra, esa risa forzosa que solo tú sabes lo que significa. Sientes que las palabras se te amontonan en la garganta, impidiendo que la lengua se libere de la creencia, de las ideas que te atormentan. El aire se escapa de tus labios, pero no hay más aire. Ya no te queda aire... Pides a gritos tu liberación.

¿Libertad? ¿Para qué, enana, para qué?

El silencio te condena a no rasgar las cortinas. Te obliga a permanecer callada frente al ruido del universo. Te encadena a la creencia de la apariencia y te abandonas a lo mediocre, a lo que otros esperan de ti, pues ya no tienen esperanza. Ya no les queda nada, ni papel, ni pluma, ni palabras, ni ideas... Ni una sola idea.

Ojos -susurra la sombra-. Ojos negros que me abandonan, que se mueren... No puedes morir, niña mía, porque si me dieras muerte, tú también morirías.

Si lo hicieras, no sentirías nada. Ni siquiera el aire podría ahogarte ni la pluma esclavizarte. Nada. Serías recordada como historia. Quedarías olvidada, pues las palabras borrarían tu memoria y la memoria de los otros. Realmente no te quedaría ni las cenizas del último cigarro, ni las páginas de tu vida... Sencillamente, te marcharías. ¿A dónde irías, miedosa? No podrías. Vives para el papel que tiembla al roce de la pluma, al roce de mis piernas entre las tuyas. Abandónate a mi experiencia, haz que la intuición se despierte y consuma hasta el filtro de la última página. Déjalo todo, solo hay una única batalla: tú y el papel en blanco.





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