Madrid me mata

Olvido los susurros de los pájaros 
cuando la madrugada cerrada 
levanta su falda en horas imprudentes, 
pero es el tiempo de la juventud. 

En mitad de las anaranjadas farolas se unen las sombras 
en caricias furtivas, 
casi desesperadas. 
Se bifurca la amistad
como trapecistas en la balanza.
Se comprueban los mensajes aislados en la pantalla. 
Se saborea el reguetón
como un narcótico placentero,
que no mata a nadie.

Acaroladas las plumas, 
las crestas y el orgullo
como ceniza cubierta de 
calientes abrazos
que se apagan
como cigarros en el aire.

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