Viejo soñador.
¿Puede mi mano ansiosa alcanzar tus estrellas?
Novalis.
No le preocupaba la ceniza que caía en sus manos, ni la amarillenta piel. Los signos de la edad se alargaban y los hilos de la barba competían para ver quién llegaba hasta el final. Frente a la ventana, él se levantaba en mitad de la fría noche. Alzaba su vicio al aire permitiendo que los fantasmas escaparan de su boca. Sus labios humeantes guardaban silencio en mitad de la noche por miedo a despertar a los otros que soñaban ingenuamente.
Extraños eran los ojos del ermitaño que exhalaba recuerdos de tiempos mejores y aspiraba la esperanza que tanto esperaba, pero en la que no creía. Los zapatos se pudrían y los trajes se reían de sí mismos, porque no comprendían la gracia de estar colgados en el armario. Olvidaba cuánto tiempo dedicaba al sueño y cuánto tiempo perdía hablando en silencio.Para él, no había más vida que la del sueño y solo la muerte le despertaba de golpe en mitad del día. Sentía que la luz le dañaba y le transformaba en un ser vivo, cuando él solo deseaba estar muerto.
No recordaba desde cuándo el tiempo dejó de ser tiempo y el sueño empezó a ser su tiempo. Abandonó una vida por otra que creía ser mejor. No pudo aguantar la tentación y dejó que los bichos anidaran en su cabeza y que el agua no le cayera encima de la ropa vieja. Quería protegerse del pasado y dejarse arrollar por el presente que le entretenía viviendo a merced del sueño. Fue la joven vida quien sembró sus fieles semillas, pero fue el tiempo quien marchitó las esperanzas y la fe del viejo que tanto soñaba.
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